El calendario NBA no te da descanso. Hace una semana los seguidores de Lakers y españolitos de bandera disfrutaban (disfrutábamos) de la victoria de los angelinos en la gran final, y enseguida se pone en funcionamiento el aparato mediático de la liga para la próxima temporada. El draft de la NBA nos regala titulares, rumores, fichajes, traspasos, despidos,... el cuento de nunca acabar. Me imagino a David Stern con la pistola de fogueo, junto a los tacos de la salida de las 30 franquicias, engrasando el cañón y comprobando el gatillo.
Seré tonto, pero me encanta la sensación previa a un sorteo de derechos de jugadores, de chavales que posiblemente sean infinitamente peores de lo que nos han intentado vender, y cuyos mayores méritos han sido rodar magníficos spots publicitario a modo de highlight. Es una manera de hablar. Pardillo soy. ¿Pero y si al final resulta que son genios? Me declaro culpable de cotilleo deportivo.
A decir verdad, este sorteo tiene su lógica. Mantiene el interés en la liga, trata de igualar el nivel de las franquicias, provoca vuelcos extraordinarios de un año a otro, sirve de propaganda tanto para los drafteados como para los no drafteados para salir al mercado. Pelotazo, vaya. La NBA la crearon cuatro genios, sin duda. Los jugadores llegaron después.
Al margen de mocks, trade ups, trade downs, y demás vocablos angliformes - qué os voy a contar que no sepais ya del draft - me quedo con el origen del mismo. El caldo de cultivo de talento en EEUU es la universidad - cada vez menos enfocada al aprendizaje, cierto es - reposa sobre una amalgama poco decorosa de intereses comerciales: "me voy a tal universidad, porque allí el entrenador seguro que me dará minutos para demostrar mi valía". Resulta cuanto menos sugerente la idea. "Total, sólo voy a estar allí jugando un año, suficiente".
Bicho raro es el que permanece el segundo año en la NCAA, y friki total el que completa el ciclo universitario. "¿Cuatro años para aprender Sociología? ¡Si las cuentas me las lleva mi agente! WTF?"
Claro, luego te sale un Shane Battier o un Bill Bradley para dar lecciones de comportamiento y te sorprendes. A saber. Suma de dos factores: pura estadística nivel medio más la famosa excepción que confirma la regla. ¿Resultado? Por mucho que se empeñe Stern en cambiar las leyes, gilipollas los va a haber en todos los lados. El resto son casos puntuales, errores de fabricación, deshechos de stock.
Mientras tanto, opio para todos. Insisto, me incluyo en la plebe que sucumbe a los placeres hedonísticos del draft, por mucho que sea consciente de sus efectos contraproducentes. El viernes os cuento.