Un partido NBA televisado puede llegar a convertirse, si las circunstancias no acompañan, en un tostón de más de 3 horas de intercambio de canastas, fallos y más fallos, y publicidad a más no poder. Las retransmisiones televisivas cumplen su doble función (informativa y publicitaria) de la "mejor" manera que saben o pueden, compaginando un mate de Vince Carter con una hamburguesa con doble de queso y cebolla del establecimiento más conocido de calle Spooner, Quahog (por ejemplo).
Andrés Montes y Antoni Daimiel formaban una pareja curiosa. Montes nunca tuvo ni tendrá zorra idea de baloncesto, pero tampoco lo pretende. Para eso tenía a Antoni. Dúo simbiótico y asimétrico donde los haya. Como en los descansos publicitarios de los partidos la conexión volvía a España, la ardua tarea para encontrar alguna noticia, algún dato, algún informe nuevo para contar resulta, cuanto menos, meritoria.
Transcurría un Toronto Raptors - New Jersey Nets, etapa pre-Garbajosa, Calderón jugando pocos minutos, tiempo muerto. Había que inventarse algo rápidamente. Ya era común en aquella época la instauración oficial del Crónicas en rosa, donde Daimiel soltaba sendas perlas referentes a la vida de Tony Parker, Chris Webber, Shaquille O'Neal o a sus respectivas parejas. Supongo que a horas tan intempestivas, esa gota de cotilleo de garrafón tampoco viene mal. O eso pensaba Antoni.
El hecho es que Daimiel, a cuento de la relación de no sé quién con no sé cuantos, comienza su exposición sobre la conquista de la mujer...
AM: Daimiel, ¡qué mal está la cosa! Ya los hombres no podemos... ¿eh, Daimiel? No podemos... Las mujeres nos toman la iniciativa, ¿eh? ¡La iniciativa, Daimiel! ¿eh?
AD: Es cierto. Menos mal que todavía siguen quedando algunos caballeros...
AM: ¿Qué me estás contando, Daimiel? ¿Todavía quedan caballeros? Pero si eso es una especie... un especie... ¡en peligro de extinción! ¿eh? ¿Qué sabes tú de ser un caballero, Daimiel? ¡Enséñame a ser un caballero, no te lo calles, por Dios! Cuéntame lo que sepas sobre ser un caballero, ¿eh?...
A todo esto, Antoni Daimiel se prepara para ofrecernos su punto de vista para ser un buen Don Juan:
AD: A las mujeres hay que tratarlas con dulzura, Andrés, hay que invitarlas a un buen restaurante, ser corteses y sobre todo, hay que regalarles flores, 48 rosas concretamente.
AM: Pero, ¿qué me estás contando, Daimiel? ¿48 rosas? ¿Cómo que 48 rosas? ¿eh? ¡Explícame eso, Daimiel!
AD: Muy fácil. 12 rosas amarillas, 12 rosas blancas, 12 rosas rosas y 12 rosas rojas. Amarillas, para agradecerles el amanecer de un nuevo día, blancas para la pureza de la mañana, rosas para la ternura de la tarde, y rojas para la pasión de la noche.
AM: Pero, ¿qué me dices, Daimiel? ¿cómo sabes tanto? ¡me tienes... me tienes... me tienes sorprendido, Daimiel! ¿eh? ¡ME GUSTARÍA SER MUJER!...
Es lógico que a partir de esas palabras, el vecino del quinto terminara oyendo mis carcajadas a las 5 de la mañana. Sí, fui yo, no me pude aguantar. A veces sólo te das cuenta de lo difícil que es evitar una risa enfermiza cuando morderte la lengua o pellizcarte tampoco es suficiente. Del resto de la conversación no puedo contar nada, así como del resultado del partido. A esas alturas ya era lo de menos.
Me da en la nariz que pocas veces más voy a oir una tertulia de "semejante calado técnico-táctico" durante un partido de baloncesto. Eso sí, dormirme no me dormí.
Post dedicado a nuestros colegas bloggeros General Espartero y Mo_Sweat, que son los que me han empujado a contarlo.